El lunes
después de varios meses de no ocupar el trolebús, tuve que ocupar este
servicio, y así fue: La tarde se tornaba oscura, el cielo se hacía cada vez
más gris, caminaba a paso apresurado
porque empezaba a chispear, al llegar a la parada del trole ubicada en la plaza
de Santo Domingo en el centro de Quito.
Había muchísima gente
amontonada esperando a ingresar, entre todas esas personas había una viejita de unos 82 años esperanzada que
alguien le de paso y preferencia para ingresar, solo a la estación, me acerque
a ella y le cedí mi puesto, como no era para menos muchos empezaron a gritar que”no
se cole que no se cole” “aquí todos hacemos fila”, ya ingresamos y si afuera
había gente no se diga adentro.
Lo que observe es que aun se mantiene por lo menos el
orden en las filas preferenciales, tras varios minutos haciendo fila llego el
primer trole de color rojo su ruta solo
llegaba a la parada de El Ejido, y veía repleto decidí esperar otro por
precaución y comodidad, la espera se
hace interminable y los segundos
parecían horas y más cuando uno está de apuro así lo asegura Gina Cevallos
quien utiliza este transporte a diario.
La espera terminó y
la unidad 86 de color verde llegó, la primera apariencia que da este
transporte es de dos buses unidos en la mitad, al entrar una voz masculina da la bienvenida e informa cual
será la siguiente parada, recomendando cuidar las pertenencias personales, no
había ningún asiento, así que con una mano en el bolso y otra en la ventana
procuraba no caerme, estar en este transporte se vuelve una experiencia un poco
divertida, sin querer empiezas escuchar lo que la gente conversa y como se queja de este servicio.
Otra vez la voz masculina que me recibió al subirme se
escuchó, esta vez para pedir a los usuarios ceder los asientos a mujeres
embarazadas, pero para muchos “caballeros” les entró por la una oreja y les
salió por la otra.
En mi corto recorrido escuche tantas cosas el llanto de los niños, el ronquido de quienes dormían, las bocinas
de los autos que no paraban de sonar, y mire de forma muy detenida como jóvenes
y adultos cuidaban sus carteras y pertenencias.
Llegue a la parada La Alameda y lo que nunca falta son
los vendedores, quienes piden dinero o quienes cantan, esta vez fue el turno de
un señor cieguito que nos deleitó con canciones como “Fatalidad” del Ruiseñor de América, pese a su discapacidad pocas son
las personas que colaboraron y casi que salió con sus manos vacías, mi
recorrido terminó y mi experiencia también dejándome como recuerdo la variedad
de olores buenos y malos y la resignación de que tarde o termprano volveré a ocupar este servicio.
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